miércoles, 4 de julio de 2018

BERGOGLIO LLEVA A TODOS A LA CONFUSIÓN INFERNAL

Bergoglio y la communicatio in sacris con los protestantes 
Bergoglio con el rabino masón Sergio Bergamn celebrando el Hannuka. Abajo vemos un altar multiconfesional que prestaba Bergoglio en Buenos Aires.


Bergoglio y la communicatio in sacris con los protestantes
04/07/18 1:25 AM

El 15 de noviembre de 2015, en el templo luterano de Roma, a una mujer protestante que preguntaba si podía comulgar en Misa junto a su marido católico, Bergoglio respondió de modo tan ambiguo que dejaba entender que sí podía (cfr. la web “Settimo cielo”, 25 de mayo de 2018).
Después de dicha respuesta, la mayor parte de los Obispos de Alemania, en febrero de 2018, tomaron la decisión de admitir a la comunión eucarística también a los cónyuges protestantes. Algunos prelados (entre los cuales el cardenal de Colonia, Rainer Woelki) recurrieron a Roma, a la Congregación para la doctrina de la fe. Entonces, Francisco I convocó en Roma una cumbre de prelados vaticanos “expertos en ecumenismo” y de representantes alemanes, tanto del catolicismo como del protestantismo. El 3 de mayo de 2018, la cumbre terminó, por voluntad de Bergoglio, con la orden dada a los Obispos alemanes de “encontrar, en espíritu de comunión eclesial, un resultado, si es posible, unánime”. Pero, como un acuerdo semejante no es posible, dio prácticamente vía libre a todas las posiciones en contraste. Todo es lícito. Como la cuestión es muy grave, el cardenal holandés Willem Jacobus Eijk pidió aclararla y, junto a él, se hizo oír el arzobispo de Filadelfia, Carles J. Chaput.
Veamos lo que enseñó la Iglesia católica, hasta la revolución teológica del Vaticano II, respecto a las relaciones de los católicos con los acatólicos. El contacto con los acatólicos puede suceder tanto en la vida civil (“communicatio in profanis”) como en los actos de culto de la vida religiosa (“communicatio in sacris”).

Por lo que respecta a la comunicación civil con los acatólicos, y con más razón con los no cristianos, dicha comunicación está permitida sólo hasta cuando se deriven peligros para la fe. Por tanto, está prohibida la participación en reuniones, congresos, conferencias o sociedades que tengan la finalidad de reunir en una sola alianza religiosa a todos aquellos que se llaman cristianos y, por tanto, a los católicos; más aún, está prohibido incluso promover semejantes iniciativas (cfr. Santo Oficio, 8 de julio de 1927, AAS, XIX, 1927, p. 278). Están prohibidas también las “conferencias ecuménicas” (Santo Oficio, 5 de junio de 1948, ASS, XL, 1947, p. 257), si no se realizan con el acuerdo de que la parte católica y la acatólica, equiparadas, traten cuestiones relativas a la fe y a la moral, exponiendo cada una su propia tesis como opinión personal y subjetiva, pero sigue estando prohibida toda “communicatio in sacris” (Santo Oficio, 20 de diciembre de 1949, ASS, XLII, 1950, pp. 142-147).

Pero la cuestión que nos ocupa es la de la comunión en actos de culto y en el máximo de ellos, o sea, la comunión eucarística. Se da cuando los católicos participan en los actos de culto protestante o permiten a los protestantes participar en los actos de culto de la religión católica. La participación activa de los católicos en los actos de culto acatólicos está absolutamente prohibida (CIC, 1917, can. 1258, § 1). En efecto, se trata de participar en actos cultuales que son heréticos en sí mismos. Por tanto, la participación en ellos está prohibida por la Ley natural y divina, y la autoridad eclesiástica (aunque fuese el Papa) no puede cambiarla, sino que la debe conservar y defender. Quien participa en los actos de culto de los acatólicos (según el CIC can. 1258, § 2) es sospechoso de herejía.
Por lo que respecta a nuestra cuestión, o sea, a la participación activa de los acatólicos en los actos de culto católico (por ejemplo, la comunión eucarística de los protestantes en la Misa católica), está prohibida porque puede inducir a error, haciendo creer que la fe católica no es sustancialmente distinta de la acatólica (ya sea protestante o cismática/ortodoxa), promoviendo así el indiferentismo. El CIC (can. 731, § 2) enseña que, fuera del peligro de muerte, no es lícito administrar los sacramentos a los acatólicos, aunque tuvieran buena fe, si antes no se han reconciliado con la Iglesia. En cambio, en peligro de muerte, un hereje o un cismático puede ser absuelto sub conditione, si tiene buena fe y no se tiene tiempo para convencerlo de su error. Antes, sin embargo, es necesario hacerle emitir el acto de fe, esperanza y caridad. En cambio, por lo que respecta a la extremaunción es lícito darla sub conditione a un hereje o cismático carente de sentido cuando se pueda hacer sin escándalo. El católico, en peligro de muerte, que no puede conseguir un ministro católico, puede pedir la absolución y la extremaunción a un cismático, no a un protestante, que no cree en estos dos sacramentos. Nunca es lícito pedir la comunión eucarística. Para mayor completez aportamos las palabras del arzobispo Charles J. Chaput.

Quién puede recibir la eucaristía, cuándo y por qué, no son sólo preguntas alemanas. Si, como dijo el Vaticano II, la eucaristía es la fuente y el culmen de nuestra vida de cristianos y el sello de nuestra unidad católica, entonces las respuestas a estas preguntas tienen implicaciones para toda la Iglesia. Se refieren a todos nosotros. Y en esta luz, ofrezco estos puntos de reflexión y de discusión, hablando sencillamente, como uno de tantos obispos diocesanos:
1.      Si la eucaristía es verdaderamente el signo y el instrumento de la unidad eclesial, entonces, si cambiamos las condiciones de la comunión, ¿no redefinimos de hecho quién y qué es la Iglesia?
2.      Se quiera o no, la propuesta alemana hará inevitablemente esto. Es el primer estadio de una apertura de la comunión a todos los protestantes, o a todos los bautizados, ya que, al final, el matrimonio no es la única razón para consentir la comunión para los no católicos.
3.      La comunión presupone una fe y un credo común, incluida la fe sobrenatural en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, junto a los siete sacramentos reconocidos por la tradición perenne de la Iglesia católica. Renegociando esta realidad de hecho, la propuesta alemana adopta una noción protestante de identidad eclesial. El simple bautismo y una fe en Cristo parecen suficientes, no la creencia en el misterio de la fe como es entendido por la tradición católica y por sus concilios. El cónyuge protestante ¿deberá creer en las órdenes sagradas como son entendidos por la Iglesia católica, que los ve lógicamente vinculado a la fe en la consagración del pan y del vino como cuerpo y sangre de Cristo? ¿O están sugiriendo los obispos alemanes que el sacramento de las órdenes sagradas podría no depender de la sucesión apostólica? En tal caso, afrontaremos un error todavía más profundo.
4.      La propuesta alemana rompe el vínculo vital entre la comunión y la confesión sacramental. Presumiblemente, dicha propuesta no implica que los cónyuges protestantes deban ir a confesarse los pecados graves como preludio para la comunión. Pero esto está en contradicción con la práctica perenne y la enseñanza dogmática explícita de la Iglesia católica, del Concilio de Trento y del actual Catecismo de la Iglesia católica, como también del magisterio ordinario. Esto implica, como efecto suyo, una protestantización de la teología católica de los sacramentos.
5.      Si la enseñanza de la Iglesia puede ser ignorada y renegociada, comprendida la enseñanza que ha recibido una definición conciliar (como, en este caso, en Trento), entonces ¿todos los concilios pueden ser históricamente relativizados y renegociados? Muchos protestantes liberales modernos ponen en discusión o rechazan o simplemente ignoran como bagaje histórico la enseñanza sobre la divinidad de Cristo del concilio de Nicea. A los cónyuges protestantes ¿se les exigirá creer en la divinidad de Cristo? Si necesitan creer en la presencia real de Cristo en el sacramento, ¿por qué no deberían compartir la fe católica en las órdenes sagradas o en el sacramento de la penitencia? Si creen en todas estas cosas, ¿por qué no son invitados a hacerse católicos como modo para entrar en una visible y plena comunión?
6.      Si los protestantes son invitados a la comunión católica, ¿los católicos serán todavía excluidos de la comunión protestante? Si es así, ¿por qué deberían ser excluidos? Si no son excluidos, ¿no implica esto que la visión católica sobre las órdenes sagradas y la válida consagración eucarística son, en efecto, falsas, y, si son falsas, que las creencias protestantes son verdaderas? Si la intercomunión no pretende implicar una equivalencia entre las concepciones católica y protestante de la eucaristía, entonces ¿la práctica de la intercomunión separa a los fieles del recto camino? ¿No es este un caso de manual de “causar escándalo”? ¿Y no será visto por muchos como un modo amable de engañar y de esconder enseñanzas arduas, en el contexto de la discusión ecuménica? La unidad no puede construirse sobre un proceso que oculta sistemáticamente la verdad de nuestras diferencias.
La esencia de la propuesta alemana de la intercomunión es que la sagrada comunión pueda ser compartida incluso cuando no existe una verdadera unidad de la Iglesia. Pero esto hiere el corazón mismo de la verdad del sacramento de la eucaristía, porque, por su misma naturaleza, la eucaristía es el cuerpo de Cristo. Y el “cuerpo de Cristo” es tanto la presencia real y sustancial de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino, como la misma Iglesia, la comunión de los creyentes unidos a Cristo, la cabeza. Recibir la eucaristía significa anunciar de manera solemne y pública, ante Dios y en la Iglesia, que se está en comunión tanto con Jesús como con la comunidad visible que celebra la eucaristía”.
(Traducido por Marianus el eremita)








Comentarios adicionales del MIDP:
En el fondo hay que recordar lo que nos tienen advertido las Sagradas Escrituras, el Profeta Daniel nos ha hecho saber por siglos que el hombre de la Abominación -el Anticristo Maitreya- y el Ídolo de la Abominación –el Buda Maitreya- serían asentados en el Templo Santo de Dios. Que las Fiestas y las Leyes – Divinas- serían cambiadas; y el Eterno Sacrificio – la Santa Misa o el Ordo Missae de San Pío V- sería “SUPRIMIDO”.

¿Acaso no lo estamos ya viviendo? Benedicto XVI y su grupo de jerarcas que ya habían infiltrado la Iglesia desde antes del Concilio Ecuménico Vaticano II, mismo que manipularon habiéndose apoderado de las principales posiciones de presidencia, secretariado y relatoría de las distintas mesas de trabajo en el Concilio, estaban asestando los golpes demoledores contra la Iglesia y sus fundamentos. Benedicto XVI fungía como Perito en el Concilio y de ello se valió junto con el cardenal Joseph Frings, Lercaro, el Arzobispo Aníbal Bugnini y muchos más, de impulsar la infernal corriente del “modernismo” al que la Virgen ha calificado certerísimamente de “paganismo”.
Joseph Ratzinger, bajo la consigna del Priorato de Praga llegó, además de apoderarse de la Silla de Pedro – “Ya llegó ‘el ladrón’ al lugar más santo que tenéis sobre la Tierra, Mensaje de Dios Padre al Profeta J.V., 

La ‘Sinagoga de Satanás’ está compuesta de varios “prioratos” integrados por rabinos con las sectas que han formado, entre ellas el Priorato de Praga –el de Benedicto XVI- y el Priorato de Sión al que pertenece Jorge Mario Bergoglio desde Argentina, estos últimos, a quienes urgía que se demoliera más rápido a la Iglesia desde su interior y a partir de su Cúpula, manipularon el relevo de Benedicto XVI por Bergoglio a través del Grupo cardenalicio y mafioso de San Galo, cuya cabeza es el cardenal belga homosexual y proabortista Godfried Danneel’s para demoler más pronto la Iglesia, integrar la “iglesia ecuménica del anticristo Maitreya de la que nos hablan los profetas Anna Catalina Emmerich, monja capuchina estigmatizada y el Arzobispo Fulton Sheen, que advierte también sobre el falso ecumenismo y su iglesia sin Dios, a que se ha venido dedicando construir el falso profeta o Antipapa Francisco, cuya presencia demoledora está descrita en Apocalipsis 13 y siguientes.

Todo lo que hace, dice y planea con su grupo de los 8 cardenales, por supuesto del mafioso grupo de San Galo que promovieron la ilícita elección de Bergoglio, es para “demoler la Iglesia, la Moral, la esencia de la Doctrina y Magisterio de la Iglesia, la Ley Divina o Diez Mandamientos, y por supuesto, los golpes que han venido asentando para acabar con la Adoración y el Culto Santo a la Eucaristía y el Eterno Sacrificio o Santa Misa, sumiendo a la Iglesia y al Mundo, en “modernas ideas” de “has lo que quieras, aunque sea pecado mortal, sacrilegio, profanación y blasfemias”, para convertir a la humanidad en los habitantes de las nuevas y gigantescas Sodomas y Gomorras del siglo XXI, para que poseídos y dominados por espíritus inmundos, se edifique el reino de Satanás en la Tierra y logren sus demonios arrebatarle a Dios Padre, la mayor parte de Sus hijos, llevándolos a los avernos. A Dios Padre y las Divinas Personas les duele esto, pues aman tanto a los humanos, que el Padre envió a Su Único Hijo, Jesucristo, a dar la vida por nosotros y enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida para alcanzar la vida eterna, llena de dicha y plenitud eternamente.

Fuentes Recomendadas por el MIDP en: https://blogsywebscatolicos.blogspot.mx
https://bestpublications.blogspot.mx (Audio-Libros y más en español).  

jueves, 28 de septiembre de 2017

EL TIEMPO SE ACABÓ, HUMANIDAD INGRATA, AHORA SÍ SUFRIRÁN...

¡¡ EXTRA URGENTE !!
Mensaje a la Humanidad y a México
Mensaje de la Siempre Virgen María del Apocalipsis a la Humanidad y a México, a través de la Profeta Estigmatista “E”, en el Cenáculo de los Apóstoles de los Últimos Tiempos y del Ejército Mariano, el 27 de Septiembre del 2017 a las 14:31 horas.

Virgen del Apocalipsis (Ap. 12,1ss.)

·      ¡Humanidad ingrata, no hay más tiempo!
·      Muerte, ira, terror y sufrimiento para todo el Mundo habrá de ahora en adelante.
·      ¡México, “La Nueva Jerusalén”, será parteaguas para luz o para oscuridad!

¡Su Madre sufre mucho por todos Sus hijos, sobre todo por Sus bebés no nacidos a causa del aborto, de los asesinatos y de la naturaleza misma!

La Señora ha querido salvar a la mayoría de ustedes, pero ya no podrá contener por más tiempo la Ira del Creador; los hombres están lejos de su Padre Todopoderoso e incluso ya no tienen fe.



La humanidad está haciendo cosas contrarias a lo que el Señor pide;muerte, ira, terror y sufrimiento para todo el mundo habrá de ahora en adelante.



Terremoto en México ha dejado más de 200 fallecidos 

https://www.youtube.com/watch?v=-6-1nh8mbIM 


¡México, la Nueva Jerusalén, será parteaguas para luz, o para oscuridad!
Su Señor, Autor de la vida, ha recibido sólo en pago: “muerte de su propia creación.”

La Mujer vestida de Sol, sufre y llora por la muerte ocasionada por Sus propios hijos. Sufre, porque otra vez no escuchan los AVISOS que les da para ser salvos.

Lo que ahora ven y padecen, es sólo el principio de lo que vendrá:fenómenos naturales’ nunca antes vistos, buscados por los mismos hombres, es el pago de su libre albedrío mal usado.

¡HUMANIDAD NECIA QUE NO ABLANDA SU CORAZÓN, NI PIDE PERDÓN POR LAS OFENSAS A SU DIOS!

Su Madre, hasta ahora su Intercesora y Abogada, no quiere su perdición, no quiere más muerte…

¡Con un solo justo que haya en el mundo, aún puede haber salvación para la humanidad!

Los ‘demonios han sido soltados’ para llevar a cabo su trabajo de destrucción, perdición y condena de la creación divina… Mundo en total oscuridad: sólo la luz de la oración no podrá ser apagada por las tinieblas,lo último que queda es la oración sincera, que pocos hacen con el corazón y con fe.

Satanás se ha metido en la Iglesia descaradamente y a la vista de todo el mundo, disfrazado de luz, de amor y de humildad…  Muchos le siguen sin saber que caminan directo al Abismo de condena y sufrimiento eterno. 

Recuerden que la Luz verdadera es Jesucristo, Él vino al mundo a dar la vida por la humanidad, pero ahora padece una nueva flagelación dolorosa, de parte de muchos de sus obispos, sacerdotes y de su propia Iglesia, la cual ha puesto en el centro al ego personal y no al Hijo de Dios.

¡Humanidad ingrata, no hay más tiempo!

Aquellos que se creen poderosos, harán todo lo posible para hacer que los hombres “no vean las señales que aún se les manda del Cielo”.


ATENTOS Iglesia Remanente de Jesús.

¡YAHVÉ ES UN DIOS JUSTO Y MISERICORDIOSO!, así como hay demonios sueltos apoderándose del mundo, también han sido enviados desde el Cielo, Ángeles para cuidar a los justos, para que aquellos que aún temen al Señor y confían en ÉL, estén libres de los ataques del demonio,sólo estén pendientes para reconocerlos a ambos.

¡Todo pasa rápidamente; y las oportunidades de conversión espiritual se van, si no las aprovechan! Sufrimiento, angustia, soledad, persecución, miedo, es lo que le espera a la humanidad si no toman esta última oportunidad de conversión para sus almas, y volverse a su Padre, Creador de la vida”.

El Dios de Israel no destruye, la creación se destruye a sí misma, por ser infiel a la Voluntad Divina y dejarse guiar por su propia voluntad.

¡¡¡ARREPIÉNTANSE, CONVIERTAN SU ALMA, ABLANDEN SUS DUROS CORAZONES, PIDAN PERDÓN POR TANTA OFENSA A SU PADRE DIOS… DEJEN AL HOMBRE VIEJO Y REVÍSTANSE DE UNO NUEVO LLENO DEL AMOR DE SU CREADOR!!!

¡Pronto! El tiempo se termina, su Madre los ama, su Padre Celestial quiere su salvación, el Espíritu Santo les dará la guía y Jesús siempre los acompaña. AMÉN.

Mensaje Certificado por el M.I.D.P., Núm. EUM/E/27/09/17.

viernes, 25 de marzo de 2016

Cómo deben entender y vivir el sufrimiento y el dolor los fieles de la Iglesia de Cristo Jesús.

CARTA APOSTÓLICA
SALVIFICI DOLORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO

VII
EL BUEN SAMARITANO
28. Pertenece también al Evangelio del sufrimiento —y de modo orgánico— la parábola del buen Samaritano. Mediante esta parábola Cristo quiso responder a la pregunta « ¿Y quién es mi prójimo? ».(90) En efecto, entra los tres que viajaban a lo largo de la carretera de Jerusalén a Jericó, donde estaba tendido en tierra medio muerto un hombre robado y herido por los ladrones, precisamente el Samaritano demostró ser verdaderamente el « prójimo » para aquel infeliz. « Prójimo » quiere decir también aquél que cumplió el mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino; uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno « lo vio y pasó de largo ». En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión... Acercóse, le vendó las heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó de él ».(91) y al momento de partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero, comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes.

La parábola del buen Samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica, en efecto, cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está permitido « pasar de largo », con indiferencia, sino que debemos « pararnos » junto a él. Buen Samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.

Sin embargo, el buen Samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre herido. Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra ni siquiera medios materiales. Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio « yo », abriendo este « yo » al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás »,(92) Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.

29. Siguiendo la parábola evangélica, se podría decir que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio « yo » en favor de los demás hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento. 

No puede el hombre « prójimo » pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe « pararse », « conmoverse », actuando como el Samaritano de la parábola evangélica. La parábola en sí expresa una verdad profundamente cristiana, pero a la vez tan universalmente humana. No sin razón, aun en el lenguaje habitual se llama obra « de buen samaritano » toda actividad en favor de los hombres que sufren y de todos los necesitados de ayuda.

Esta actividad asume, en el transcurso de los siglos, formas institucionales organizadas y constituye un terreno de trabajo en las respectivas profesiones. ¡Cuánto tiene « de buen samaritano » la profesión del médico, de la enfermera, u otras similares! Por razón del contenido « evangélico », encerrado en ella, nos inclinamos a pensar más bien en una vocación que en una profesión. Y las instituciones que, a lo largo de las generaciones, han realizado un servicio « de samaritano » se han desarrollado y especializado todavía más en nuestros días. Esto prueba indudablemente que el hombre de hoy se para con cada vez mayor atención y perspicacia junto a los sufrimientos del prójimo, intenta comprenderlos y prevenirlos cada vez con mayor precisión. Posee una capacidad y especialización cada vez mayores en este sector. Viendo todo esto, podemos decir que la parábola del Samaritano del Evangelio se ha convertido en uno de los elementos esenciales de la cultura moral y de la civilización universalmente humana. Y pensando en todos los hombres, que con su ciencia y capacidad prestan tantos servicios al prójimo que sufre, no podemos menos de dirigirles unas palabras de aprecio y gratitud.

Estas se extienden a todos los que ejercen de manera desinteresada el propio servicio al prójimo que sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda « como buenos samaritanos », y destinando a esta causa todo el tiempo y las fuerzas que tienen a su disposición fuera del trabajo profesional. Esta espontánea actividad « de buen samaritano » o caritativa, puede llamarse actividad social, puede también definirse como apostolado, siempre que se emprende por motivos auténticamente evangélicos, sobre todo si esto ocurre en unión con la Iglesia o con otra Comunidad cristiana. La actividad voluntaria « de buen samaritano » se realiza a través de instituciones adecuadas o también por medio de organizaciones creadas para esta finalidad. Actuar de esta manera tiene una gran importancia, especialmente si se trata de asumir tareas más amplias, que exigen la cooperación y el uso de medios técnicos. No es menos preciosa también la actividad individual, especialmente por parte de las personas que están mejor preparadas para ella, teniendo en cuenta las diversas clases de sufrimiento humano a las que la ayuda no puede ser llevada sino individual o personalmente. Ayuda familiar, por su parte, significa tanto los actos de amor al prójimo hechos a las personas pertenecientes a la misma familia, como la ayuda recíproca entra las familias.

Es difícil enumerar aquí todos los tipos y ámbitos de la actividad « como samaritano » que existen en la Iglesia y en la sociedad. Hay que reconocer que son muy numerosos, y expresar también alegría porque, gracias a ellos, los valores morales fundamentales, como el valor de la solidaridad humana, el valor del amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las relaciones interpersonales, combatiendo en este frente las diversas formas de odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las de la mera « insensibilidad », o sea la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos.

Es enorme el significado de las actitudes oportunas que deben emplearse en la educación. La familia, la escuela, las demás instituciones educativas, aunque sólo sea por motivos humanitarios, deben trabajar con perseverancia para despertar y afinar esa sensibilidad hacia el prójimo y su sufrimiento, del que es un símbolo la figura del Samaritano evangélico. La Iglesia obviamente debe hacer lo mismo, profundizando aún más intensamente —dentro de lo posible— en los motivos que Cristo ha recogido en su parábola y en todo el Evangelio. La elocuencia de la parábola del buen Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente ésta: el hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento. Las instituciones son muy importantes e indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma.

30. La parábola del buen Samaritano, que —como hemos dicho— pertenece al Evangelio del sufrimiento, camina con él a lo largo de la historia de la Iglesia y del cristianismo, a lo largo de la historia del hombre y de la humanidad. Testimonia que la revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del sufrimiento no se identifica de ningún modo con una actitud de pasividad. Es todo lo contrario. El Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento. El mismo Cristo, en este aspecto, es sobre todo activo. De este modo realiza el programa mesiánico de su misión, según las palabras del profeta: « El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor ».(93) Cristo realiza con sobreabundancia este programa mesiánico de su misión: Él pasa « haciendo el bien »,(94) y el bien de sus obras destaca sobre todo ante el sufrimiento humano. La parábola del buen Samaritano está en profunda armonía con el comportamiento de Cristo mismo.

Esta parábola entrará, finalmente, por su contenido esencial, en aquellas desconcertantes palabras sobre el juicio final, que Mateo ha recogido en su Evangelio: « Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; preso, y vinisteis a verme ».(95) A los justos que pregunten cuándo han hecho precisamente esto, el Hijo del Hombre responderá: « En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis ».(96) La sentencia contraria tocará a los que se comportaron diversamente: « En verdad os diga que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo ».(97)

Se podría ciertamente alargar la lista de los sufrimientos que han encontrado la sensibilidad humana, la compasión, la ayuda, o que no las han encontrado. La primera y la segunda parte de la declaración de Cristo sobre el juicio final indican sin ambigüedad cuán esencial es, en la perspectiva de la vida eterna de cada hombre, el « pararse », como hizo el buen Samaritano, junto al sufrimiento de su prójimo, el tener « compasión », y finalmente el dar ayuda. En el programa mesiánico de Cristo, que es a la vez el programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la « civilización del amor ». En este amor el significado salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva. Las palabras de Cristo sobre el juicio final permiten comprender esto con toda la sencillez y claridad evangélica.

Estas palabras sobre el amor, sobre los actos de amor relacionados con el sufrimiento humano, nos permiten una vez más descubrir, en la raíz de todos los sufrimientos humanos, el mismo sufrimiento redentor de Cristo. Cristo dice: « A mí me lo hicisteis ». Él mismo es el que en cada uno experimenta el amor; Él mismo es el que recibe ayuda, cuando esto se hace a cada uno que sufre sin excepción. Él mismo está presente en quien sufre, porque su sufrimiento salvífico se ha abierto de una vez para siempre a todo sufrimiento humano. Y todos los que sufren han sido llamados de una vez para siempre a ser partícipes « de los sufrimientos de Cristo ».(98) Así como todos son llamados a « completar » con el propio sufrimiento « lo que falta a los padecimientos de Cristo ».(99) Cristo al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre. Bajo este doble aspecto ha manifestado cabalmente el sentido del sufrimiento.

VIII
CONCLUSIÓN
31. Este es el sentido del sufrimiento, verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión.

El sufrimiento ciertamente pertenece al misterio del hombre. Quizás no está rodeado, como está el mismo hombre, por ese misterio que es particularmente impenetrable. El Concilio Vaticano II ha expresado esta verdad: « En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ».(100) Si estas palabras se refieren a todo lo que contempla el misterio del hombre, entonces ciertamente se refieren de modo muy particular al sufrimiento humano. Precisamente en este punto el « manifestar el hombre al hombre y descubrirle la sublimidad de su vocación » es particularmente indispensable. Sucede también —como lo prueba la experiencia— que esto es particularmente dramático. Pero cuando se realiza en plenitud y se convierte en luz para la vida humana, esto es también particularmente alegre. « Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte ».(101)

Concluimos las presentes consideraciones sobre el sufrimiento en el año en el que la Iglesia vive el Jubileo extraordinario relacionado con el aniversario de la Redención.
El misterio de la redención del mundo está arraigado en el sufrimiento de modo maravilloso, y éste a su vez encuentra en ese misterio su supremo y más seguro punto de referencia.

Deseamos vivir este Año de la Redención unidos especialmente a todos los que sufren. Es menester pues que a la cruz del Calvario acudan idealmente todos los creyentes que sufren en Cristo —especialmente cuantos sufren a causa de su fe en El Crucificado y Resucitado— para que el ofrecimiento de sus sufrimientos acelere el cumplimiento de la plegaria del mismo Salvador por la unidad de todos.(102) Acudan también allí los hombres de buena voluntad, porque en la cruz está el « Redentor del hombre », el Varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el amor puedan encontrar el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a todas sus preguntas.
Con María, Madre de Cristo, que estaba junto a la Cruz, (103) nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy.

Invoquemos a todos los Santos que a lo largo de los siglos fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo. Pidámosles que nos sostengan.
Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo.
A todos, queridos hermanos y hermanas, os envío mi Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, el día 11 de febrero del año 1984, sexto de mi Pontificado.

Cómo deben entender y vivir el sufrimiento y el dolor los fieles de la Iglesia de Cristo Jesús.

CARTA APOSTÓLICA
SALVIFICI DOLORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO

VI
EL EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO
25. Los testigos de la cruz y de la resurrección de Cristo han transmitido a la Iglesia y a la humanidad un específico Evangelio del sufrimiento. El mismo Redentor ha escrito este Evangelio ante todo con el propio sufrimiento asumido por amor, para que el hombre « no perezca, sino que tenga la vida eterna ».(80) Este sufrimiento, junto con la palabra viva de su enseñanza, se ha convertido en un rico manantial para cuantos han participado en los sufrimientos de Jesús en la primera generación de sus discípulos y confesores y luego en las que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos.

Es ante todo consolador —como es evangélica e históricamente exacto— notar que al lado de Cristo, en primerísimo y muy destacado lugar junto a Él está siempre su Madre Santísima por el testimonio ejemplar que con su vida entera da a este particular Evangelio del sufrimiento. En Ella los numerosos e intensos sufrimientos se acumularon en una tal conexión y relación, que si bien fueron prueba de su fe inquebrantable, fueron también una contribución a la redención de todos. En realidad, desde el antiguo coloquio tenido con el ángel, Ella entrevé en su misión de madre el « destino » a compartir de manera única e irrepetible la misión misma del Hijo. Y la confirmación de ello le vino bastante pronto, tanto de los acontecimientos que acompañaron el nacimiento de Jesús en Belén, cuanto del anuncio formal del anciano Simeón, que habló de una espada muy aguda que le traspasaría el alma, así como de las ansias y estrecheces de la fuga precipitada a Egipto, provocada por la cruel decisión de Herodes.

Más aún, después de los acontecimientos de la vida oculta y pública de su Hijo, indudablemente compartidos por Ella con aguda sensibilidad, fue en el Calvario donde el sufrimiento de María Santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su « estar » a los pies de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo, como por otra parte las palabras que pudo escuchar de sus labios, fueron como una entrega solemne de este típico Evangelio que hay que anunciar a toda la comunidad de los creyentes.
Testigo de la pasión de su Hijo con su presencia y partícipe de la misma con su compasión, María Santísima ofreció una aportación singular al Evangelio del sufrimiento, realizando por adelantado la expresión paulina citada al comienzo. Ciertamente Ella tiene títulos especialísimos para poder afirmar lo de completar en su carne —como también en su corazón— lo que falta a la pasión de Cristo.

A la luz del incomparable ejemplo de Cristo, reflejado con singular evidencia en la vida de su Madre, el Evangelio del sufrimiento, a través de la experiencia y la palabra de los Apóstoles, se convierte en fuente inagotable para las generaciones siempre nuevas que se suceden en la historia de la Iglesia. El Evangelio del sufrimiento significa no sólo la presencia del sufrimiento en el Evangelio, como uno de los temas de la Buena Nueva, sino además la revelación de la fuerza salvadora y del significado salvífico del sufrimiento en la misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la vocación de la Iglesia.

Cristo no escondía a sus oyentes la necesidad del sufrimiento. Decía muy claramente: « Si alguno quiere venir en pos de mí... tome cada día su cruz »,(81) y a sus discípulos ponía unas exigencias de naturaleza moral, cuya realización es posible sólo a condición de que « se nieguen a sí mismos ».(82) La senda que lleva al Reino de los cielos es « estrecha y angosta », y Cristo la contrapone a la senda « ancha y espaciosa » que, sin embargo, « lleva a la perdición ».(83) Varias veces dijo también Cristo que sus discípulos y confesores encontrarían múltiples persecuciones; esto —como se sabe— se verificó no sólo en los primeros siglos de Ia vida de la Iglesia bajo el imperio romano, sino que se ha realizado y se realiza en diversos períodos de la historia y en diferentes lugares de la tierra, aun en nuestros días.

He aquí algunas frases de Cristo sobre este tema: « Pondrán sobre vosotros las manos y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y metiéndoos en prisión, conduciéndoos ante los reyes y gobernadores por amor de mi nombre. Será para vosotros ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preocuparos de vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados aun por los padres, por los hermanos, por los parientes y por los amigos, y harán morir a muchos de vosotros, y seréis aborrecidos de todos a causa de mi nombre. Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza. Con vuestra paciencia compraréis (la salvación) de vuestras almas ».(84)

El Evangelio del sufrimiento habla ante todo, en diversos puntos, del sufrimiento «por Cristo», « a causa de Cristo », y esto lo hace con las palabras mismas de Cristo, o bien con las palabras de sus Apóstoles. El Maestro no esconde a sus discípulos y seguidores la perspectiva de tal sufrimiento; al contrario lo revela con toda franqueza, indicando contemporáneamente las fuerzas sobrenaturales que les acompañarán en medio de las persecuciones y tribulaciones « por su nombre ». Estas serán en conjunto como una verificación especial de la semejanza a Cristo y de la unión con Él. « Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros... pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán... Pero todas estas cosas haránlas con vosotros por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado ».(85) « Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo ».(86)
Este primer capítulo del Evangelio del sufrimiento, que habla de las persecuciones, o sea de las tribulaciones por causa de Cristo, contiene en sí una llamada especial al valor y a la fortaleza, sostenida por la elocuencia de la resurrección. Cristo ha vencido definitivamente al mundo con su resurrección; sin embargo, gracias a su relación con la pasión y la muerte, ha vencido al mismo tiempo este mundo con su sufrimiento. Sí, el sufrimiento ha sido incluido de modo singular en aquella victoria sobre el mundo, que se ha manifestado en la resurrección. Cristo conserva en su cuerpo resucitado las señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus Apóstoles y de todos aquellos que continuamente elige y envía. El apóstol Pablo dirá: « Y todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones ».(87)
26. Si el primer gran capítulo del Evangelio del sufrimiento está escrito, a lo largo de las generaciones, por aquellos que sufren persecuciones por Cristo, igualmente se desarrolla a través de la historia otro gran capítulo de este Evangelio. Lo escriben todos los que sufren con Cristo, uniendo los propios sufrimientos humanos a su sufrimiento salvador. En ellos se realiza lo que los primeros testigos de la pasión y resurrección han dicho y escrito sobre la participación en los sufrimientos de Cristo. Por consiguiente, en ellos se cumple el Evangelio del sufrimiento y, a la vez, cada uno de ellos continúa en cierto modo a escribirlo; lo escribe y lo proclama al mundo, lo anuncia en su ambiente y a los hombres contemporáneos.

A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Él mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador. Él es quien transforma, en cierto sentido, la esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar cercano a sí. Él es —como Maestro y Guía interior— quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna. Cristo con su sufrimiento en la cruz ha tocado las raíces mismas del mal: las del pecado y las de la muerte. Ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador.

No basta. El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos. Como continuación de la maternidad que por obra del Espíritu Santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad —espiritual y universal— hacia todos los hombres, a fin de que cada uno, en la peregrinación de la fe, quedara, junto con María, estrechamente unido a Él hasta la cruz, y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios.

Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya diverso; diversa es la disposición, que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del « por qué ». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre Él mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.

La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: « Sígueme », « Ven », toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual.

27. De esta alegría habla el Apóstol en la carta a los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros ».(88) Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano. Este no sólo consuma al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás. El hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo transforma esta sensación deprimente. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre « completa lo que falta a los padecimientos de Cristo »; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha « cósmica » entra las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios,(89) los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas.


Por esto, la Iglesia ve en todos los hermanos y hermanas de Cristo que sufren como un sujeto múltiple de su fuerza sobrenatural. ¡Cuán a menudo los pastores de la Iglesia recurren precisamente a ellos, y concretamente en ellos buscan ayuda y apoyo! El Evangelio del sufrimiento se escribe continuamente, y continuamente habla con las palabras de esta extraña paradoja. Los manantiales de la fuerza divina brotan precisamente en medio de la debilidad humana. Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás. El hombre, cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras del pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo.

Continúa en el CAP. VII
EL BUEN SAMARITANO